Compartir
Me gusta empezar con la definición "oficial" de una palabra para luego hablar sobre ella, su concepto, etc. Hoy me encuentro con que la palabra valor tiene una elevada cantidad de significados, tantos que llenaría el artículo con ellos. Así que opto por resumir los que me parecen pertinentes en el mundo del coleccionismo. El resto puede ser consultado en el propio diccionario de la RAE usando el enlace en la propia palabra siguiente:
(Del lat. valor, -Åris).
1. m. Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite.
2. m. Cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente.
3. m. Alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase.
~ facial.
1. m. En filatelia, valor impreso en el sello a efectos de franqueo, a diferencia del valor de mercado o colección.
Tras esta breve introducción, hablaré hoy del valor de una colección desde los supuestos anteriores. Me quedo con la definición 1 por cuanto tiene de subjetividad. Con la 2 por el evidente sentido económico. Y la 3 porque añade un pequeño matiz a agregar a la subjetividad. El anexo de valor facial en filatelia es puro comentario. Se cita el valor impreso o facil a diferencia del valor de mercado o colección, pero en cambio no existe entrada alguna para esto último, es decir, para el valor de mercado o colección. Curioso.
Así pues este pequeño artículo intentará llenar el hueco del diccionario. Sin pretensiones. Son sólo reflexiones de quien practica el coleccionismo desde hace décadas. Nada más.
Muchas son las ocasiones en que leo, escucho o veo que alguien valora una colección. En sentido positivo o negativo. Se dan tres posibles escenarios, a saber:
- valoración ajustada tanto en sentido económico como cultural, sentimental, etc.
- valoración superlativa y exagerada, sea por la parte económica u otra.
- valoración peyorativa y exagerada, igual que la anterior, siguiendo más los criterios subjetivos que los meramente económicos.
En el primer caso tenemos a un experto en la materia y temática. Cito los tasadores de arte, biliófilos / bibliotecarios, anticuarios y otras tantas profesiones que se relacionan con este aspecto. También incluyo coleccionistas con criterio. Como me parecen, a priori, justas y objetivas, no son el tema a tratar.
En el segundo la exageración se concentra en valorar muy por encima de la realidad una colección determinada. Si es por el factor económico, faltaría saber si es el valor real, el valor de mercado, o bien una valoración especulativa e incierta la que lleva a la exageración. O bien si el interés del calificador (el propio coleccionista, un tasador, marchante, vendedor, etc.) hace que su percepción evaluativa esté completamente fuera de lugar.
El tercer y último caso se da más con las colecciones ajenas que con las propias. Es una forma de diferenciarse de ellas, subestimándolas y despreciándolas. No suele ser el sujeto que inflije este agravio quien pudiera interesarse por ellas, y es por eso que las repudia cual enfermo contagioso. O es pura envidia, quién sabe. La mejor recomendación en este sentido es la ignorancia pura y dura. Es un callejón sin salida.
¿Qué valor le doy yo a mi colección?
Esa es la pregunta del millón. La que vale la pena responder. Y no otra como "¿Qué valor le dan los demás a mi colección?", a menos que entremos en matices.
El coleccionista podría preguntarse: ¿Por qué empecé una colección determinada? Pues porque me gustaba el tema, la estética, estaba de moda, cualquier cosa. Más tarde me entró la pasión por dicho tema y a partir de ahí se convirtió en algo personal e intransferible. Incluso comparada con una colección similar, de otro coleccionista, la mía es la que me interesa más. Siempre. Las otras pueden servir como referencias, quizás para intercambios, para localizar nuevas piezas o conocerlas al menos. Y llegados a este punto somos como padres de una criatura, y la vemos la más guapa del mundo. ¡Eso es así sí o sí! Y no hay más vueltas que darle.
Si recibo elogios por alguna colección, sin duda alguna se agradecen, pero no hay que dejar que nos suba la fama a la cabeza. Si por el contrario recibo exabruptos, no hay mejor solución que pasar del tema. Como las críticas. Igual. ¿Acaso servirá para algo enzarzarse en una discusión estéril? No. El coleccionista sigue su camino, concentrado en lo que a él, y sólo a él, le interesa. El resto es ruido, contaminación, propaganda. Inútil, vamos.
Por tanto, ¿qué valor le doy yo a mi colección? es la pregunta que cada cual debe hacerse, o se hace, al menos una vez. ¿Sentimental? Bien, no hay nada malo en ello. ¿Económica? Tampoco hay nada malo. Y si se dan los dos criterios a la vez, tampoco pasa nada. Diría que es lo más lógico y normal. Los valores suelen ser subjetivos en alguna parte, así que nadie valorará igual una pieza, una serie, o toda una nuestra colección. Tendrá sus propios criterios y evaluará de forma distinta. No hay razón para que coincida con nosotros. Incido en la palabra criterio. Y también en el sentido común. Ambos van de la mano y escasean en muchos ámbitos de la vida, no iba a ser el coleccionismo la excepción.
Por ejemplo, una pieza que ha costado un buen dinero tendrá un valor evidente, monetario. ¿Y no será mayor el de una pieza que nos ha costado años de búsqueda, de espera y de desesperación? Esos hallazgos que se nos resisten por mil motivos, una vez se materializan, tienen muchísimo más valor que otros. Sea una firma de un famoso, una pieza hecha por encargo, una pieza única, etc. No tienen precio. El componente emocional es difícil de cuantificar, y menos económicamente. Coleccionar y especular son cosas diferentes. En todo caso existe una opción perfectamente válida cuando ello es posible: hacerse con más de un ejemplar. Uno para disfrutarlo, otro para invertir.
En el caso de los bibliófilos me he topado con un ejemplo interesante. Aparte de todo lo demás, el individuo en cuestión (puedo buscar el caso en mi bibliografía), se hacía con tres ejemplares de todos sus libros. Uno para disfrutarlo, otro par archivarlo sin mácula alguna (o no degradarlo más de lo que ya pudiera estar), y el tercero para poder prestarlo a los amigos. Un caso un poco extremo, pero ilustra la meta del sujeto en cuestión: disfrutar, aunque eso signifique degradar el ejemplar, archivar y conservar, y no negar a nadie poder disfrutar asimismo de esos hallazgos. Un objetivo global, vamos. Nada de esconder los hallazgos para uno mismo. Compartirlos, pero ¿a qué coste?
Personalmente la tercera opción no la contemplo. No de forma general. Hay ejemplares que no se pueden prestar, ni que haya cinco copias en los estantes. No por el libro u objeto en sí, sino por las (malas) manos en las que caiga. El cuidado que pone el coleccionista en sus cosas no será nunca el mismo que el de un extraño. Es como prestar el coche o la estilográfica. Recuerda la última vez que le mostraste un artbook a alguien. Si dejas que lo manosee, lo manoseará, sin duda. Pocas veces encuentras a alguien que lo trata con delicadeza, apenas rozando las páginas y no digo ya quien te pide que seas tú quien pase las páginas, o te pregunta si tienes guantes blancos de algodón (¿increible? no no, para nada).
Así pues, dejando al margen el "maldito parné", seguimos con la pregunta inicial: ¿qué vale tu colección? ¿Qué sentimientos has dejado enterrados en ella? ¿Cuáles afloran cuando la contemplas o tratas una pieza? ¿Que sientes por dentro al pensar en ella?
Finalmente todo es subjetivo porque no puede ser de otro modo. Si no no seríamos humanos, seres emocionales, sino... ¡replicantes!
Escrito por Joan Fusté